La realidad suele tardar en vencer los prejuicios. Durante los últimos años el Liverpool se ha ganado fama de equipo extremadamente táctico, robotizado, defensivo por naturaleza y demasiado pendiente del control remoto de Benítez. Parte de estas críticas respondían a la verdad. El Liverpool no enamoraba. Algunos de sus problemas se manifestaban en la larga distancia de la Liga. No tenía el vuelo, ni la confianza, para asumir el liderazgo del fútbol inglés. Sobre el equipo pesaba otro lastre: el recuerdo del gran Liverpool de los años setenta y ochenta. El actual equipo sufría por comparación. Es el precio que pagan unos pocos clubes por su grandeza. El grado de exigencia sobre el Liverpool sólo encuentra comparación con el último Manchester United, obligado al éxito por dos decenios de continuas satisfacciones.
Sobre el Liverpool de Benitez pesa esta temporada el prejuicio de los ejercicios anteriores. Fabio Capello ha declarado en Italia que es el menos atractivo de los equipos ingleses en la Liga de Campeones. Como el canon futbolístico de Capello es tan sui generis, sus palabras no pueden tomarse como el metro patrón de la estética, pero sus manifestaciones se añaden a la corriente que desestima el juego de Liverpool. Sin embargo, la realidad es diferente. El Liverpool merece el liderato por resultados, juego y ambición.
Desde la llegada de Benítez, nunca ha jugado mejor. Ha atravesado por los mínimos problemas posibles y ha sido superior a todos sus grandes adversarios, incluidos los duelos directos con el Manchester United y el Chelsea. Sólo resbaló frente al disminuido Arsenal, pero sería injusto señalar los defectos leves frente al magnífico perfil del equipo. Sin abandonar su consistencia defensiva, el Liverpool ha regresado a las fuentes de los viejos reds. Juega al ataque a través de un sistema cada vez más elaborado de juego, con una alta posesión de la pelota y con un sistema que recuerda al de España en la Eurocopa. Es un equipo definitivamente atractivo.
Benítez ha actuado con gran inteligencia para rebajar el impacto de la lesión de Torres. Para un equipo que ha buscado desesperadamente un ariete en los últimos años, se suponía que la ausencia del delantero español tendría funestas consecuencias. No ha sido así. Benítez ha descubierto que cinco inteligentes centrocampistas y un honrado delantero pueden hacer maravillas. A través del dinamismo general y el certero movimiento de la pelota, el Liverpool confunde a sus rivales como lo hizo la selección en la Eurocopa. El asunto ha ido tan lejos que Benítez apenas necesita Robbie Keane, discreto delantero fichado por 25 millones de libras. Le basta con Kuyt.
Gran parte del éxito se debe a la nueva ubicación de Gerrard, cada día más cómodo en su papel de centrocampista libre, media punta o segundo delantero. La definición de su puesto es menos importante que su papel. Gerrard se expresa mejor que nunca cuando tiene espacio para correr, sorprender y rematar. Está más cerca de su plenitud cuando se siente un espíritu libre y no un futbolista sometido a las obligaciones tácticas. Por sus características, Gerrard se añade como mediocampista para asociarse y como el mejor delantero para cerrar los ataques. Para los equipos rivales es una pesadilla: no hay manera de detectarle. Cumple en el Liverpool el papel que habitualmente le toca a Cesç en la selección. La fórmula funciona.
Tan importante, o más, que la función de Gerrard es la autoritaria figura de Xabi Alonso en el medio campo. Se ha convertido en el centro de gravedad del equipo. Por primera vez no se siente abrumado por la meticulosa mentalidad de Benítez. Xabi Alonso juega con naturalidad, convicción y poderío. Mueve los hilos del equipo sin que nadie la discuta. Benítez, tampoco. Implícitamente ha reconocido el decisivo papel de Alonso. El técnico que tantas veces dio la nota con las rotaciones ahora apenas mueve a sus mejores jugadores. La alineación se puede recitar de memoria. El equipo lo agradece, especialmente en el medio campo, donde Alonso, Mascherano, Benayoun, Riera y Gerrard, más el joven Lucas Leiva, comienzan a jugar de memoria. A jugar muy bien, aunque el prejuicio permanezca. El Liverpool se ganó fama de equipo aburrido y ahora no lo es. Suele suceder en el fútbol: la realidad va por delante de los tópicos.
Las corbatas y las chaquetas dieron luego paso a las zapatillas y el balón. Las palabras encorsetadas dieron paso al verso suelto de Paco Chaparro, verdadero protagonista de la ceremonia de inauguración.
El entrenador bético avisaba desde el principio. "Señores, ser entrenador de Primera es muy complicado. Pero hay que soñar. Yo siempre quise ser entrenador de Primera. He cumplido este sueño. Pero no hay que dejar de soñar. Yo, si puedo, y me dejan, haré al Betis campeón".
El auditorio atendía sin parpadear. Enfrente había un fraile que había sido antes cocinero, pinche y lavavajillas. El magisterio de Chaparro proviene de una capacidad pedagógica que para sí la quisieran algunos catedráticos que se creen de postín. El historial del trianero es para sujetarse agarrado a la silla. En el ámbito académico y en el deportivo. Y en el mixto, dado los diez años que fue profesor de entrenadores.
"Nunca puede desesperarse uno", se dirigió Chaparro con un tono rayando lo exhortativo. "Si quieren progresar, hay que aprender primero. Pero antes hay que quererlo con pasión y luego soñarlo. Yo entreno ahora en Primera. Ahora me ha llegado el momento. Y lo he hecho cuando he sentido que estaba preparado. Y ahora sigo soñando. Mi próximo sueño es ser campeón con el Betis".
El repaso por el historial deportivo del técnico bético es como recitar la lista de los reyes godos o explicar con detalle el testamento de los Católicos. A cada poco soltaba una perla, unas veces susurrando, otras haciendo atronar los altavoces. "Cuento todo esto para que se preparen, para que aprendan para aprender a entrenar, no para simplemente aprobar".
No quería el entrenador desvelar secretos inconfesables. "¿Quedan periodistas?", inquirió cuando llegaba el turno de la confidencia. "Prefiero que me pregunten de cosas que tengan que ver con el fútbol en general, porque del Betis ni puedo ni debo". Sin embargo, como a ese bailarín al que se le van las piernas ante un son familiar, a Chaparro se le iba escapando algún que otro secreto.
"Cuando cogí al equipo la temporada pasada", contó Chaparro a colación de una pregunta centrada en el papel de la psicología en el fútbol, "nos encontramos a un equipo física y tácticamente hundido. Algo había que hacer. Me presenté uno a uno, un apretón de manos, y les transmití mi beticismo. Después ya vino lo del Resistiré, que no es una canción que me guste especialmente, pero que tiene un mensaje muy puro y apropiado a lo que le afectaba a la plantilla".
Chaparro ha hecho todo lo que ha estado de su mano para lograr ser entrenador de fútbol. Ha dirigido sin cobrar al Isla Cristina. Tampoco cobraban los jugadores. Pero ascendieron. "El mensaje es que, a veces, si quieres cumplir con tu sueño tienes que pasar por situaciones que no imaginas", advierte a una pléyade de futuros entrenadores de fútbol y fútbol sala.
A Chaparro se le iba acabando el tiempo, pero no las historias. Tuvo tiempo para hablar de los sistemas. ¿Priman éstos sobre los jugadores o viceversa? "De las dos formas se puede hacer. Mi ideal es jugar con un 4-3-3, pero como el Barcelona es difícil hacerlo. Este sistema requiere de más especialistas que el 4-4-2. Ahora bien, cuando se llega a una cierta experiencia y profesionalidad, un jugador puede jugar y cumplir casi desde todas las posiciones del campo. El entrenador tiene que ser capaz de sacarle el máximo provecho a cada futbolista en el puesto que más rinde".
El técnico trianero, que entrena al club de sus colores en su otoño vital, puede hablar con propiedad. "Hay que trabajar. Perseverar. Y soñar. No lo olviden". Una clase magistral.